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Coordinando con Títeres en las Cárceles

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 7 Nro. 69 de enero de 2015)

(Incluido su video en mi Canal Oficial de YouTube)

COORDINANDO CON TITERES EN LAS CARCELES

Uno de los premios ECRO otorgados en el curso del IV Congreso de Psicología Social, que se llevó a cabo el pasado mes de junio de 2014 en el Teatro Metropolitan de la Capital Federal, correspondió al trabajo realizado en la Unidad Penitenciaria Nº 42 de Florencio Varela (Buenos Aires). Allí se despliega, desde hace cuatro años, el taller Trabajamos Creando y Creyendo, a cargo de la coordinadora Claudia Calvi y su equipo. Toda vez que es este otro ámbito donde podemos operar los psicólogos sociales, seguidamente haremos una breve síntesis de esta labor que se enmarca dentro del claro propósito de propender a la salud social.

Para iniciar, cabe decir que unos veinte internos asisten a esta actividad colectiva, todos ellos privados de su libertad; siendo uno de los objetivos del taller el buscar y procurar la mayor capacidad expresiva posible, como también la máxima creatividad personal para luego volcarla al grupo. Lo social es una representación de lo psíquico individual y singular. Así, los psicólogos sociales prestamos atención a lo horizontal de la tarea a cumplir, en su cruce con lo vertical que vivencia cada uno de los miembros del grupo en su mundo interior. Cada cual está expuesto a los significantes que desplazan sobre él los demás integrantes del grupo.

Los encuentros semanales suelen empezar con un caldeamiento que incluye algunos  ejercicios de respiración, movimientos corporales y todo aquello que sea útil para disminuir las ansiedades que traen de sus respectivos pabellones. Luego, sigue el momento de buscar las cajas con todos los materiales necesarios, que se guarda en la  biblioteca de la cárcel. Se reúnen en círculo y nunca falta el mate, los bizcochitos y los cigarrillos, que se comparten entre los asistentes. Comienzan a hablar y a contar lo que tienen ganas en ese momento, en una especie de instancia previa al acceso a los títeres, que al principio son neutros y no tienen identidad.

Una vez armadas las marionetas se disponen a crear historias, muchas de ellas muy fuertes ya que abordan temas tales como la falta de contención, el maltrato infantil, la violencia adolescente, las drogas, la trata de personas, la muerte, etc. Todos ellos van aportando sus comentarios y, de tal modo, se enriquece la tarea del grupo. El guiñol y la máscara se consideran terapéuticamente como objetos intermediarios. Cada miembro habla por la boca figurada de su títere, que pasa a ocupar en la ficción el lugar del inconsciente. El mismo dispositivo de la técnica de los muñecos favorece la metáfora y así, pues, crece el pensamiento simbólico.

La metodología de este agrupamiento de reclusos es una constante improvisación. De a poco ellos logran crear un personaje y, así, comienzan a pintar a sus marionetas, a vestirlas, ponerles pelo, y así siguiendo. Cuando se inician los ensayos advierten que precisan una escenografía para ir conformando la obra. Van viendo que con sonido se puede mejorar la tarea y, entonces, completan el cuadro con la música que les resulta apropiada. Aparecen también las columnas de luces y el espacio físico se transforma en un gran taller de arte. Están felices, ríen y juegan entre sí, y todo ello los hace sentir contenidos; colaborando, aprendiendo y comunicándose.

La coordinación va evaluando los emergentes surgidos en cada etapa y se avanza paso a paso, tratando que el sujeto internalice las herramientas que le sirvan de sostén emocional y determinen su íntima necesidad de expresarse. Así, surgen temáticas más cercanas a la vida y menos tanáticas. Esta labor colectiva promueve la construcción de normas de convivencia a través del diálogo, de la discusión, del reconocimiento de las opiniones de los otros y del acuerdo. La actividad artística, en este caso, cuando toma en cuenta los intereses de cada cual se transforma en un medio para la construcción social primero y, por consecuencia, de la realización personal.

Recordemos que cuando el padre de la psicología social argentina ingresó a trabajar en el Hospicio de las Mercedes —hace ya más de setenta (70) años— se encontró con el  problema de los internos abandonados. Muy rápido logró advertir la red de no ligamen de esos seres que sufrían de abandonismo y lo poco de tejido social que había en dicha entidad. De tal modo, pudo diagnosticar las grietas y las tramas vinculares por demás fracturadas. La dimensión psicosocial posibilita a los profesionales de esta ciencia a diseñar —en su condición de verdaderos agentes del cambio planificado— estrategias y  operaciones que permitan la rearticulación de esas fisuras.

Claudia Calvi —titiritera y actriz— aclara que su proyecto se inscribe en el esfuerzo por alcanzar una instancia de intervención sostenida en instituciones de encierro y con población de alta vulnerabilidad, la cual se encuentra habitualmente olvidada por las políticas públicas convencionales. Su tarea, sin duda, tiende a mejorar la calidad de vida de los reclusos. Recalca que centra su acción bajo el eje de la vigencia y el cumplimiento de los Derechos Humanos, poniendo particular atención en la necesidad de compatibilizar el registro de la diferencia y el trato igualitario desde el punto de vista de las garantías, tanto de las personas como de los grupos.

Nota: Esta experiencia actualmente se ha extendido al Instituto de Menores de Lomas de Zamora, sito en Larroque y 12 de Octubre de Banfield (Buenos Aires).